El juez Baltasar Garzón sentado en el banquillo de acusados del Tribunal Supremo; ésa es la tópica imagen del “juzgador juzgado”, dirán ustedes. Cierto; pero tiene varios fondos.
Claro que Garzón es el juzgador por excelencia. Es el hombre que por fin logró ese increíble triunfo para los derechos humanos que fue la detención del dictador Pinochet. Y había puesto en marcha otros procesos sonados y soñados, contra los crímenes de la junta militar argentina, por ejemplo. Y años antes, por los abusos policiales en España, cuando la guerra sucia contra los terroristas vascos de ETA -ya iniciada durante la dictadura de Franco- no se desmanteló a tiempo en la democracia. Lo pagó muy caro el Gobierno socialista en los años noventa; y hoy, a Garzón también le pasan factura por eso. Pero hay más: también por algún intento reciente de hacer justicia en España. Por destapar una inmensa trama de corrupción, el llamado “Caso Gürtel”, en el partido conservador durante su anterior etapa en el gobierno.
Crímenes en España
Pero más que nada –y más significativo que todo-, el Tribunal Supremo español le ha puesto la proa a Baltasar Garzón porque intentó llevar al banquillo –sí, ese mismo sitio donde él se sienta ahora- a los criminales de guerra de la propia España. Se puso a investigar crímenes que los leales del general Franco cometieron durante y después de la guerra civil española; 123.000 muertes y “desapariciones”, jamás reconocidas como los asesinatos que fueron.
Es incomprensible que una justicia que pudo mandar detener a Pinochet, y que hoy día tiene en marcha otros casos (contra el líder chino Hu Jintao por el Tíbet, y contra George Bush por Guantánamo, entre otra cosillas), sin embargo no admita que se pongan sobre el tapete las matanzas de Franco.
Ellos mismos se dan perfecta cuenta de que es un caso impresentable ante la opinión pública. Por eso han manipulado los papeles de tal modo que Garzón primero será juzgado por haberse “extralimitado” en el caso de las corrupciones. El objetivo, evidentemente, es que Garzón, que ahora está “de prestado” en el Tribunal Internacional de La Haya, no vuelva nunca a trabajar en la justicia española – no sea que su ejemplo cunda.
La “cruzada” del Tribunal Supremo contra Garzón es como esos juegos de muñecas rusas, una metida dentro de la otra. Es una mezquindad que esconde una miseria que tapa un desastre.
Por fuera se ve una mezquina venganza personal de magistrados decididos a humillar a un juez que sobresalía demasiado, además de molestar imperdonablemente a los amigos a izquierda y derecha.
Debajo de esa primera capa se esconde la miseria de que los dirigentes de la sociedad española todavía no saben (más de 70 años después de la guerra, y más de 35 años después de la muerte del dictador Franco) cómo encarar la verdad histórica de aquel horror. Y los jueces supremos, menos que nadie.
Sistema de cuotas
Y lo que mueve los hilos debajo de esta miseria, es el desastre de que la clase dirigente de la Justicia española es promovida por un estricto sistema de cuotas repartido entre los partidos políticos. Cuando se estableció ese sistema, se dijo que los partidos elegirían jueces por sus méritos. La realidad es que siempre los eligieron por su lealtad a los amigos. Y si los políticos no lograban en algún momento promover así a los leales, no tenían ningún empacho en bloquear durante años el buen funcionamiento de la máxima instancia del país, el Tribunal Constitucional. Ahora que los conservadores vuelven a tener el poder, han prometido que lo “desbloquearán” nombrando a los jueces que faltaban – los suyos, claro. Lo de la imparcialidad como máxima aspiración de la Justicia ni está ni se le espera. Y Garzón se va a enterar. MAS INFORMACION
FIN NOTICIAS RADIO GUALCHO DEL 16 DE ENERO 2012 (esta y noticias anteriores aquí)